Los primeros discos de Mora y los Metegoles no nacieron en estudios cinco estrellas. Tampoco los necesitaban. Las canciones se grabaron en la sala donde ensayaban, en Gonnet, con una notebook como consola, sin pretensiones, pero con una convicción total: esas canciones tenían que salir.
Mora lo cuenta como una especie de milagro punk doméstico: "Lo grabamos con una compu. Éramos tres en ese momento. Lo grabamos con Julián De Bona y Lautaro Osacar. Éramos tres locos en una sala, grabando, sin saber del todo cómo, pero salía. Lo grabamos entero en cuatro días, de tirón, y al toque ya estaba publicado".
Ese disco, crudo, sincero, sin maquillaje, fue el punto de partida para lo que vendría después: más canciones, más fechas, más amigos, más vida.

Foto: Mora y los Metegoles
Mora: una vida entre el arte y la emoción
Mora Palvi nació en La Plata. Su historia personal es también una historia de exploración artística: pasó por la carrera de dirección coral, por composición en Bellas Artes, por talleres de poesía, y por un largo camino de autoformación musical.
"Empecé tocando sola, con la guitarra, y después aparecieron los pibes", dice, como quien recuerda una postal feliz. Tocó sola, tocó con amigxs, tocó con banda. Tocó siempre.
En paralelo, da clases de música a niños y niñas. Canta, enseña, escribe. A veces se siente una señora de 60 años, otras veces una adolescente. Vive entre canciones, ideas y vínculos que le dan sentido a lo que hace.
BIGOTE: una canción, una historia, y una autorización especial
Durante la entrevista Mora nos dio un regalo: nos autorizó personalmente a cerrar el programa con su canción BIGOTE, uno de los temas más entrañables y personales de su repertorio que desde hace rato cierra nuestro programa de todos los días.
La canción nació desde un lugar de bronca, pero se convirtió en una postal melancólica con perfume a balada. “La escribí después de una relación violenta que no supe ver en el momento”, cuenta Mora. Y sigue: “Es una canción que amo, que me duele, que me canta cosas a mí”.
Es un tema que empezó con rabia pero se transformó en otra cosa: una forma de sanación, de comprensión, de duelo. Cuando la canta, se nota. Y cuando la escuchás, lo sentís.
“Yo soy lo que hago, no lo que digo que hago”
“Yo hago esto. No tengo otra cosa. O sí, pero todo lo que hago me lleva a esto: a cantar, a escribir, a enseñar. A estar rodeada de niñes, de amigues, de canciones. Esa es mi vida.”
Mora habla sin vueltas. Tiene esa claridad cálida de quien no necesita adornar lo que siente. “A mí me importa tocar, seguir haciendo, decir las cosas que me pasan. No soy una performer. No me pongo un disfraz para cantar. Soy eso. Así estoy. A veces rota, a veces contenta, pero siempre tocando.”
“Yo no puedo parar. Tengo que seguir haciendo. Las canciones me sostienen cuando todo lo demás se cae. Entonces hago discos, toco, escribo, y me junto con mis amigues a ensayar, a compartir. ¿Para qué otra cosa estamos acá si no es para hacer lo que nos gusta con la gente que queremos?”
Esa es Mora. Esa es la banda. Y por eso su música suena. Porque está viva. Porque no se maquilla para gustar. Porque no hay ninguna estrategia más que decir lo que sienten.
Y eso, en estos tiempos, es un montón.